El caso del crimen diferido by Erle Stanley Gardner

El caso del crimen diferido by Erle Stanley Gardner

autor:Erle Stanley Gardner [Gardner, Erle Stanley]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1973-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo X

Mason abandonó el taxi a una manzana de los Apartamentos Balkanes y reconoció el terreno cuidadosamente. Los dos policías que le habían seguido, pasaron en su coche sin detenerse. Mason anduvo la manzana hacia el bloque de apartamentos y buscó en la lista exterior el nombre de Hazel Tooms.

Cuando apretaba el botón situado junto al nombre de la joven, un individuo apareció briosamente por el otro lado de la calle, se detuvo delante del portal y buscó una llave en su bolsillo.

Se abrió la puerta electrónicamente, y el hombre entró. Mason le siguió apresuradamente, lo adelantó en el corredor y al llegar en el ascensor subió al quinto piso. Halló el número 521 casi al fondo del pasillo y golpeó suavemente la puerta.

La joven que abrió, era más alta de lo corriente y lucía un excelente pijama. Se mantenía completamente erguida. Su cabello castaño tenía reflejos. Sus ojos, azules y cautelosos, observaron a Perry Mason con sincera admiración. No había en su actitud ni miedo ni nerviosismo. Parecía completamente capaz de cuidar de sí misma en cualquier emergencia.

—No le conozco a usted.

—Situación que deseo remediar al punto —replicó Mason, quitándose el sombrero y saludando.

La joven le midió de pies a cabeza y se hizo a un lado.

—Entre.

Cuando Mason entró en el apartamento, ella cerró la puerta, indicó una silla, pero en lugar de tomar también asiento, se quedó de pie, de espaldas a la puerta, con la mano en el pestillo.

—De acuerdo —preguntó—. ¿De qué se trata?

—Me llamó Mason. ¿Le dice esto algo?

—Nada en absoluto. Si es un truco, ahórreselo. No salgo con desconocidos.

—Estoy investigando un poco.

—Oh…

—Tengo razones para creer —continuó el abogado—, que usted posee cierta información que me interesa.

—¿Respecto a qué?

—Al Pennwent.

—¿Qué pasa?

—Quiero saber cuándo vio usted por última vez ese yate y también por última vez el Atina, propiedad de Frank Marley.

—¿Un… detective?

—No, exactamente.

—¿Cuál es su ángulo?

—Represento a alguien a quien le interesan esos hechos.

—¿Qué hay para mí?

—Nada.

La joven se apartó de la puerta y se sentó frente a Perry Mason. Cruzó las piernas y luego las manos sobre una bella rodilla.

—Perdone me haya mostrado tan cautelosa —se excusó—, pero se lee mucho estos días respecto a hombres que se cuelan en los apartamentos de las mujeres solas, las aporrean, o las estrangulan, y yo no deseo correr esa suerte.

—¿Le parecí un tipo de ésos? —sonrió Mason.

—No lo sé. No sé qué aspecto tienen.

Mason se echó a reír. Hazel Tooms sonrió levemente.

—Bien, volvamos a la cuestión —dijo el abogado.

—¿Respecto a las embarcaciones?

—Sí.

—¿Qué pasa con ellas?

—¿Cuándo vio por última vez el yate de Frank Marley?

La joven sonrió.

—Realmente, señor Mason, prefiero que conteste a mi primera pregunta.

—¿Cuál?

—¿Qué hay para mí?

—Exactamente lo mismo que dije la otra vez —repuso Mason—. Nada.

—Entonces, ¿por qué he de contestar?

—Mírelo de otra forma —sugirió Mason, con un breve centelleo en los ojos—. ¿Por qué no ha de contestar?

—La caridad bien entendida empieza por uno mismo.

—De acuerdo —asintió Mason—. Pondré mis cartas sobre la mesa.

—Primero los ases, por favor.

—Soy abogado. Represento a Mae Farr en relación con…

—¡Oh, es usted Perry Mason!

Él asintió.



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